5.2.08

Perchas

Salía a las seis, sí a las seis de la tarde, del trabajo, sí del trabajo. Había luz del sol ocultándose, no me lo podía creer, sentí que me elevaba y que mis pies no rozaban el suelo, placer absoluto, ¿qué haré con tanto tiempo?. Me dirigí a casa por un camino alternativo, será divertido, veré comercios nuevos, edificios distintos, disfrutaré de mi camino a casa a las 6. Iba comodamente vestida, pero sobria, correcta, tonos oscuroso, ropa aburrida, ropa de trabajo. De esta manera paso desapercibida en el barrio, me mezclo con la masa de hombres grises y mujeres de tacón de aguja y casi no se nota ni que existo. En esta ocasión yo era la líder de la masa gris, ya que apenas había gente caminando, y de repente lo ví, era un hombre gris, era como yo pero ahí estaba, revolviendo cajas, que era eso, ¿la basura? Un sentimiento de felicidad me envolvió, qué tal si revolvemos la basura, yo también quiero. Era un señor de mediana edad, peinado a lo Anasagasti, traje de sastre azul, gemelos dorados, corbata, pasacorbata, no le faltaba detalle. Se encontraba al lado de un montón de cajas de carton de las cuales salían...perchas...sí, perchas negras, de las buenas, de las caras. Se había adueñado de una caja de tamaño considerable y la estaba llenando. Me acerqué y le pregunté, ¿puedo? (hay que ser respetuosa con la basura que otro ha visto antes). Me echó una mirada de reojo y me dijo, "sí yo ya he terminado". Cerró su caja llena de perchas negras con la palabra escada y se fué, perseguido por su traje azul, y su calva cubierta por mechones de pelos de dimensiones desmesuradas.
Yo me quedé revisando las perchas que quedaban, seleccioné tres o cuatro y me las llevé. Durante el camino de vuelta pensé, qué fácil es ser "sin techo" en el barrio de Salamanca.